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IMPLICACIONES POLÍTICAS DEL CONCEPTO DE DIÁSPORA

IMPLICACIONES POLÍTICAS DEL CONCEPTO DE DIÁSPORA

© 2015 Pedro Aponte-Vázquez

La visión de mundo de los estadounidenses, entendiéndose por este gentilicio los ciudadanos oriundos de Estados Unidos de Norteamérica[1], lleva a los integrantes de esa sociedad, seguramente salvo algunas excepciones, a etiquetar rigurosa y maquinalmente las manifestaciones humanas individuales y colectivas de su entorno y del distante ámbito exterior. Esta práctica perenne tiene el potencial de llevar a cada cual ―por su condición humana― a rutinariamente clasificar consciente e inconscientemente todo aquello que observa o en lo que activa o pasivamente participa, así como a aquellos con quienes interactúa. La clase dominante estadounidense, pragmática como es, no está ajena a esa realidad ni pasa por alto su utilidad. Los propietarios que componen esa relativamente pequeña y cerrada clase saben que esa visión les sirve de instrumento para dividir y separar las partes de muchos todos y no pierden oportunidad alguna de aprovecharla. Aludo a la clase dominante estadounidense no porque este proceder sea de su exclusividad, pues no lo es, sino porque es a esa clase a la que me propongo hacer referencia en esta breve exposición. En la misma habré de examinar específicamente el concepto de “diáspora” y su utilidad política.

La Real Academia Española dice en su Diccionario digital que “diáspora” viene del griego con el significado de “dispersión” y provee dos definiciones: “dispersión de los judíos exiliados de su país” y “dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen”. Adoptaré la segunda definición.

El término “dispersión”, como concepto al fin, es en sí mismo abstracto y lo es aún más, si ello es posible, en alusión a personas. En esos casos se acerca peligrosamente a la idea de trulla; de fracatán; de reguero; y en el habla boricua: de reguerete. Estos conceptos llevan implícita a su vez la idea de desconexión o, cuando menos, de escasa o mínima conexión… incluso de distanciamiento y hasta de falta de propósitos comunes; de apartamiento. Por cierto, ese apartarse, esa falta de propósitos comunes, es aplicable tanto a personas en la realidad como a objetos personificados en la ficción. Es algo así como si habláramos de carencia de personalidad; es decir, de falta de esos rasgos distintivos que van más allá de meras características físicas para fuertemente asir aspectos de espiritualidad; de carácter; de modo de estar en el mundo; de identidad.

Para la clase dominante ―ese conjunto de personas que detentan el poder político con el consiguiente poder económico en una nación capitalista cualquiera―, es ventajoso buscar y encontrar modos de separar a quienes se les opongan o parezcan oponérseles o tengan el potencial para convertirse en una amenaza real para sus intereses. Con ese fin utiliza conceptos que sirvan para identificar con etiquetas excluyentes a aquellos a quienes ve como consumados o potenciales opositores o, tajantemente, como enemigos. La práctica de etiquetar comienza a lograr su propósito de excluir, de apartar, cuando unos integrantes de un mismo grupo aceptan la etiqueta con sus atribuidas definiciones y hasta se la aplican ellos mismos, mientras otros la rechazan y hasta la repudian.

En el caso de la sociedad estadounidense, resulta más fácil aplicar ese instrumento debido a lo heterogénea de la misma, a su amplia diversidad de características físicas de origen biológico y a la pluralidad de orígenes étnicos con sus respectivas religiones, idiomas y tradiciones, además de otras manifestaciones culturales. Allí, la clase dominante cuenta con todo un arsenal de etiquetas que utiliza hábilmente como cuñas con las cuales hender los grupos que se le opongan y de ese modo hacerlos vencibles. Así logra dividir entre ellos mismos a sus ciudadanos negros (un negro mató a Malcolm X); a los integrantes de los pueblos originarios (un indio mató a Sitting Bull); a los blancos pobres (blancos mataron a John y a Robert Kennedy); a los pobres en general; a los hispanos; a los orientales; a los nuevos inmigrantes; a los que buscan refugio; a los estudiantes; a los artistas, a los escritores y a cualquier grupo al que vea como una amenaza inminente o en ciernes para su más firme estabilidad ―como pueden serlo los poetas; como pueden serlo los historiadores; como puede serlo una diáspora que sea solidaria con su lugar de origen.

En el renglón de la población negra, por ejemplo, se etiqueta a unos como pacifistas y a otros como violentos; en el de los antiguos nativos del continente introducen las etiquetas de indio, indio americano, amerindio, nativo americano, pueblos originarios y primeras naciones; entre los blancos están los que son etiquetados como “basura blanca”, hillbillies, (campesinos), wasp, sureño y aún otras etiquetas según la procedencia geográfica. A los puertorriqueños nos llaman despectivamente spiks y acá en Puerto Rico se adptó en la década de los 70 el denominar despectivamente como “Nuyoricans” a los compatriotas que comenzaron a regresar de Estados Unidos aunque no vinieran necesariamente de Nueva York. Hoy día se ha popularizado tanto el concepto de diáspora para referirse a los puertorriqueños residentes allá, incluso entre ellos mismos, que comienza a fragmentarse con la utilización de “DiaspoRican” y “diasporriqueño” para describir, sobre todo, a miembros de la diáspora que optan por reintegrarse al entorno de la Isla. Entre éstos figuran profesionales e intelectuales retirados de sus respectivos empleos, quizás predominantemente independentistas, cuyo poder económico les permite regresar precisamente cuando más crítica es la condición de la colonia. No obstante, el antropólogo Jorge Duany señala que el término “se refiere a los descendientes de puertorriqueños dispersos por Estados Unidos, muchos de los cuales siguen sintiéndose boricuas”.[2] Además, ya se especula que está en proceso de gestación lo que se conocería como “Floriricans”, una subdivisión de la diáspora boricua evidentemente de la provincia de Florida que Duany describe como “fragmentada”.[3]

A esa clase dominante no le faltan motivos para querer dividir más y más y mantener dividida a la nación puertorriqueña. Tres puertorriqueños, el médico Eduardo Garrido Morales y los abogados José Ramón Quiñones y Arturo Ortiz Toro manipularon directamente el encubrimiento del caso Rhoads.[4] Por otra parte, un psiquiatra boricua, Luis M. Morales, declaró loco al líder Nacionalista Pedro Albizu Campos[5] mientras que otro abogado puertorriqueño, José Trías Monge, participó en el proceso de encubrir su tortura.[6] Además, los fiscales que enjuiciaron a los Nacionalistas luego de la insurrección de 1950 y los jueces que los mandaron a la cárcel eran todos puertorriqueños. Anteriormente, delatores puertorriqueños no faltaron para beneficio de los invasores españoles ante la insurrección de 1868, así como sobran quienes celebran jubilosos la invasión de nuestro territorio nacional por el ejército estadounidense 30 años después.

En reacción a las pésimas condiciones de vida de la nación puertorriqueña, provocadas en gran medida por la explotación económica que tranquilamente anda asida de la mano del voraz imperialismo, el invasor recurrió desde el inicio del siglo XX a la servil válvula de escape de la emigración. Pero eso sí, pintándola como un derecho que no pocos vieron como un merecido privilegio que les concedía el “benévolo” invasor. La inmensa mayoría emigró hacia los centros urbanos estadounidenses geográficamente más cercanos y todavía otros lo hicieron rumbo a Hawaii, pero todos llevaban consigo al partir su rico bagaje cultural y cada cual albergaba en lo más profundo la firme determinación de regresar al lar querido donde nació. Sin embargo, una serie de circunstancias causaron el que no todos pudieran o desearan regresar y así, de nuevas calamidades de igual procedencia, brotaron nuevas emigraciones de nuevas generaciones, principalmente hacia nuevos centros urbanos de la nueva metrópoli.

Aunque miles de boricuas comenzaron a regresar allá para la década de los 70, parecen haber sido muchos los descendientes de esos primeros desplazados quienes, por razones diversas, optaron por no regresar si es que habían ido en su niñez o infancia, o por permanecer allá en las ciudades donde nacieron. Aunque algunos de los que fueron llevados como menores de edad aprendieron a usar ambos idiomas con igual facilidad, otros no fueron tan afortunados y solamente aprendieron el inglés. De ese modo ha ido surgiendo una población puertorriqueña cuyos integrantes no dominan el español, pero no obstante se sienten parte integral de la nación puertorriqueña o, cuando menos, tienen conciencia de su puertorriqueñidad aunque algunos carezcan de puertorriqueñismo. Encontramos, pues, una población residente en la metrópoli que, si bien se ha “aculturado” en la sociedad estadounidense hasta el extremo de no dominar ―algunos de sus miembros― el idioma característico de Puerto Rico, visitan su Isla si tienen la oportunidad de hacerlo, estudian su Historia, buscan información sobre lo que allí acontece y hasta se involucran, aunque sea por medio de las nuevas tecnologías, en la perenne lucha de la nación puertorriqueña por resolver sus más complejos problemas económicos, sociales y políticos. Incluso se da el caso de que algunos muestran más interés en esos asuntos y los conocen mejor que muchos de los que ―tanto allá como acá en la Isla― sólo dominan el español. Esta circunstancia es muy propicia para cultivar fuertes vínculos ideológicos entre unos y otros; entre los puertorriqueños de acá y los de allá, entre los presentes y los ausentes, lo cual no se le escapa al ojo avizor del invasor.

La clase dominante estadounidense es consciente de que el concepto de diáspora en sí mismo, al desnudo, no acarrea necesariamente aspecto negativo alguno. Por consiguiente, le es indispensable promover y explotar el sentido de dispersión, elemento esencial del concepto. En ese sentido fomenta el percatarse de la distancia física que nos separa y facilita introducir y divulgar ideas discordantes que permitan aprovechar prejuicios existentes y crearlos donde no existan para con ellos provocar contradicciones, rivalidades, disputas, tensiones, separación…

Estos conflictos han mostrado su feo rostro recientemente como resultado del hecho de que algunos autores puertorriqueños, residentes casi todos en la Isla, han señalado algunas minucias, además de graves y constatables fallas de contenido histórico, en un libro que recién publicó un autor cubano-puertorriqueño natural y residente de Nueva York sobre, a grandes rasgos: la invasión, colonización y explotación económica estadounidense de Puerto Rico con sus concomitantes persecuciones políticas.

Relatan William García Medina, et al. sobre la presentación de dicho libro en el Ateneo Puertorriqueño que una persona de entre el público que se describió a sí misma como “nuyorican” dijo, citada textualmente: “…bueno y como yo era Nuyorican, no entendía mucho sobre ser puertorriqueña. Pero, [a]prendí español y ahora sé más de mi historia y eso de nuyorican pues ya no…”[7] Afirma luego García Medina: “En sí, yo aún no entiendo por qué es que la diáspora siempre tiene que humillarse ante los pies de la nación para ser recibida con los brazos abiertos” y más adelante agrega: “Es interesante como se habla de nación en estos lugares sin considerar los que no tienen país, porque no hay tiempo para reflexionar en eso, porque se tiene que trabajar, porque se tiene que sobrevivir, porque vivir no es posible”.[8]

En referencia a la cita atribuida a la persona que dijo de sí misma que había sido “Nuyorican”, procede reconocer que, si bien hubo en un momento histórico una disposición de algunos de los boricuas nacidos y/o criados en Nueva York a autodenominarse de ese modo, me consta que en la Isla hubo quienes utilizaron el concepto despectivamente, como un dar de codo, si bien otros lo hacían de manera amigable. De ese fenómeno surgió el aparente desafío de poetas boricuas de Nueva York de autodenominarse “Nuyorican”.[9] Además, es significativo el hecho de que la persona citada se consideraba a sí misma “Nuyorican” porque, según dijo, “no entendía mucho sobre ser puertorriqueña”, no sabía español y no conocía lo suficiente sobre su historia, la de Puerto Rico. No obstante, después de aprender español y saber más de su historia, ya no se considera “Nuyorican”. Este hecho sugiere, si no lo establece fuera de duda, que el concepto de “Nuyorican” es en último análisis un modo descartable de ser dentro de otro modo de ser de naturaleza permanente. Ello da lugar a dos afirmaciones axiomáticas: ser “Nuyorican” requiere ser boricua y se puede dejar de ser “Nuyorican”, pero siempre se es boricua.

Por otra parte, García Medina et al. no dicen por qué razón consideran, por un lado, que los boricuas de allá “no tienen país” y, por otro lado, que “tiene[n] que trabajar para sobrevivir”, lo que implica que los de la Isla no tenemos que hacerlo. Más aún, ¿por qué están García Medina y sus colaboradores en la creencia de que “la diáspora” no sólo “tiene que humillarse ante los pies de la nación para ser recibida con los brazos abiertos” sino que, además, tiene que hacerlo “siempre”? No lo sabemos y ellos no lo dicen. Esa categórica afirmación queda tirada ahí en ese artículo sin misericordia, sin fundamento alguno que la sostenga, como de paso, cual se descarta lo inservible.

Por si fuera poco, esos autores dan por sentado que los boricuas que han emigrado no forman parte de “la nación” puertorriqueña, pues, como ellos dicen: esos boricuas “no tienen país”. Aún más, su postura podría causar la impresión de que no toman en consideración el hecho de que las estadísticas del flujo migratorio de boricuas sugiere que cada familia puertorriqueña tiene o ha tenido familiares distantes y cercanos que residen o han residido en Estados Unidos. No sólo eso, ni siquiera dejan abierta la posibilidad de que algunos de esos historiadores a quienes acusan de actuar en contra de la diáspora boricua, hayan sido desde mucho antes integrantes de esa diáspora, como es el caso de este autor. Además, García Medina y sus colaboradores pasan por alto el hecho de que debe de ser sumamente baja la probabilidad de que los residentes de la Isla les exijan a los ausentes, entre los cuales están amistades y familiares suyos, “humillarse ante los pies de la nación” si quieren que se les reciba “con los brazos abiertos”. Comoquiera que sea, ello no sería posible toda vez que la diáspora no es un ente que está fuera de la nación puertorriqueña, sino que forma parte integrante de la misma. Sobre la migración boricua a Estados Unidos planteaba el Partido Socialista Puertorriqueño: “El puertorriqueño que se traslada a Estados Unidos lo hace con las mismas expectativas, forjadas por su realidad material, que el que se traslada del campo a San Juan, con unas particulares ilusiones o sueños. Además, no se traslada como individuo, sino que, de forma simultánea en perspectiva histórica, se traslada una porción significativa de la nación […]”.[10]

Tal vez las personas que aseguran que existe una actitud de desprecio de los boricuas residentes en la Isla hacia los que se han establecido en la metrópoli no han escuchado la plena que popularizó la orquesta de César Concepción con Joe Valle titulada “Pa’ los boricuas ausentes”.[11] La misma dice al inicio: “A los boricuas que están ausentes yo les dedico esta canción/porque no hay duda que ustedes quieren/a su Borinquen de corazón/si un jibarito en su islita triunfa/ustedes saben darle valor/lo quieren todos, lo felicitan/y lo bendicen de corazón”. Más adelante dice la plena: “Esos boricuas tienen bandera/y esa bandera es su corazón/sin franjas rojas y sin estrellas/pero repleta de bendición”. Cabe recordar que se trata de una plena, género que recoge y transmite el íntimo sentir de la población sobre aconteceres que considera importantes.

Además, algunos de esos boricuas ausentes llevaron su ideología nacionalista a Nueva York y a otros centros urbanos allá y se las arreglaron para asegurarse de mantener nexos con compatriotas independentistas y otros ciudadanos que no compartían su ideología, así como con entidades sindicales y organizaciones políticas similares, aunque no idénticas.[12] Esa interacción dio lugar a la creación de la versión bilingüe del periódico independentista Claridad en 1972.[13] Sobre la publicación del Claridad bilingüe nos cuenta una de sus ex reporteras: “Nuestro producto no era perfecto. Muchos de nosotros nos habíamos criado en Nueva York y era una lucha y un triunfo escribir en español, rescatar el idioma que el Imperialismo nos había arrebatado. Más de una vez supimos que los compañeros en la Isla decían que nuestra edición, más que bilingüe, era ‘trilingüe’. Para nosotros era parte de nuestra militancia luchar por reclamar y rescatar nuestro idioma al comunicar ideas revolucionarias. El producto no era perfecto, pero era nuestro esfuerzo máximo y ahí radicaba la satisfacción”.[14]

Afín con esa línea de supuesto rechazo en la Isla a nuestros compatriotas establecidos allá, el profesor Héctor Meléndez también trae arrastrada por los pelos a la llamada “diáspora” en una de dos reseñas que hace del libro aludido. Dice Meléndez sobre los aspectos negativos del libro: “Los errores sugieren la distancia entre los intelectuales de la diáspora y los de la Isla, en tanto una falta de colaboración parece haber impedido que se detectaran y corrigieran”. Y agrega: “Acaso por algún menosprecio hacia la diáspora entre la intelectualidad isleña, los errores han provocado críticas duras al libro, quizá incluso con alguna hostilidad, obviándose sus importantes contribuciones. Pero la relación entre los intelectuales debe ser de cooperación en vez de competencia”.[15] Es decir, que si no hubo colaboración de los intelectuales de la Isla con el autor natural de Nueva York, la forzada conclusión es que unos y otros están distanciados. Ese razonamiento dicta que aquellos historiadores residentes en Puerto Rico que encontraron en el libro exageraciones, falacias y minucias, fueron los causantes de lo que señalan por no haber sabido de la existencia del autor y no haberlo buscado para ofrecerle su colaboración si resultaba que estaba escribiendo un libro sobre Puerto Rico. Según Meléndez, por estar distanciados del autor, los autores residentes en la Isla no le ofrecieron su colaboración y por eso no pudo detectar y corregir a tiempo las fallas que le señalaron.

Afirma Meléndez que “las duras críticas” que ha recibido el libro de parte de la intelectualidad boricua se deben a que hay intelectuales que sienten “algún menosprecio hacia la diáspora” ―en obvia alusión a los autores de “las duras críticas”. Dicho lo mismo de otro modo, nada hay en el libro, más allá de errores y minucias, que justifique tales críticas. Pasa por alto Meléndez el hecho irrefutable de que el libro, más allá de errores que cualquier autor está propenso a cometer, contiene exageraciones, falsedades y datos espectaculares no verificables, así como fuentes a las que no identifica ni describe.[16] Por otra parte, difícilmente puede usted colaborar con una persona de cuya existencia no sabe y que, encima, para nada le ha pedido colaboración.

La más reciente exposición sobre la llamada diáspora en relación con el aludido libro es el artículo que Marisol Lebrón optó por titular “Diaspora, Insular Expertise, and the War Over War Against All Puerto Ricans”.[17] Brota del título cual saeta una carga negativa al contraponer “diáspora” como la tesis contra “peritaje insular” (entiéndase “la Isla”) como la antítesis y con ello concluir que la síntesis de esa contradicción es una “guerra” en torno al libro cuyo contenido defiende. Sin proveer fundamentos, Lebrón da por sentado que ese espinoso conflicto entre la “diáspora” y la Isla existe y sobre esa arbitraria suposición elabora una retahíla de insostenibles afirmaciones.

Comienza su citado escrito despachando como meras “alegaciones” (claims) el comprobado y fehaciente hecho histórico de que el jefe de la Policía colonial Elisha Francis Riggs nunca dijo lo que el autor del libro le atribuye en ocasión de la masacre que en 1936 cometieron agentes de su Policía. (Toda vez que es imposible demostrar que Riggs sí dijo que habría “guerra contra todos los puertorriqueños”, el autor y sus defensores procuran justificar la falacia con el infantil argumento de que hemos sido y somos víctimas de una guerra económica). A renglón seguido afirma que al otro extremo de esas supuestas “alegaciones” de los historiadores figuran “insinuaciones” ―las que obviamente serían absurdas por demás― en el sentido de que si alguien ha sido “periodista y ex asambleísta [sic] estatal”, como lo es el autor del libro objeto de las críticas, “no está equipado”, por el hecho mismo, “para desempeñar el papel de historiador”.

Lebrón asegura que algunas de las críticas que en la Isla le han hecho al libro tienen que ver menos con corregir errores de traducción y de contenido “y más con erigir fronteras” que delimiten a quienes se propongan investigar, teorizar y escribir sobre la situación socio-política en la Isla”. Aunque en Estados Unidos y en la diáspora boricua allá no abundan los trabajos de investigación sobre asuntos similares a los que aborda el libro en controversia, a lo largo del pasado siglo y lo que va del actual han sido escritas y/o publicadas allá obras de autores estadounidenses y boricuas sobre aspectos políticos de la Isla, además de la obra poética de contenido ideológico de boricuas de la diáspora. Algunos ejemplos de lo uno y de lo otro son Ruth M. Reynolds; los novelistas Stephen Hunter y John Bainbridge, Jr. y Robert Friedman (éste último periodista residente por años en Puerto Rico); en la diáspora: Bernardo Vega, cuyas Memorias editó el periodista y novelista César Andreu Iglesias; los periodistas Antonio Gil de La Madrid y Alfredo López; así como los poetas Emilio Pagán García, y Julia de Burgos. A ninguno de estos le erigieron fronteras los escritores residentes en Puerto Rico, aunque algunos hayan sido criticados como es usual y conveniente que suceda entre escritores. Lo que sí suele exigirse cuando de relatar la Historia se trata, es documentar adecuadamente, norma que se supone se adopte por iniciativa propia en la práctica del oficio o se adquiera en el rigor de la Academia.

Procede tener presente que “documentar” los relatos no es lo mismo que coincidir en sus interpretaciones. Por eso vemos que, al reseñar el popular libro Puerto Rico: Freedom and Power in the Caribbean, del escritor galés establecido en la Isla, Gordon K. Lewis, nos dice el historiador Manuel Maldonado Denis[18]:

Si algún defecto tiene el libro ―y yo creo que los tiene― éste no radica en la “impertinencia” intelectual del autor; en él no encontramos ese tono condescendiente y paternalista que revela sin ambages la mentalidad del “colón” frente al país colonizado. Al contrario. El libro se halla escrito con sentido agudo de nuestra idiosincrasia, con una profunda simpatía y empatía por todo lo nuestro, y con una no menos significativa solidaridad con la causa de nuestra independencia nacional. En auténtica vena radical, el doctor [Gordon] Lewis ha ido a las raíces de nuestra condición de pueblo dependiente, contribuyendo así a la desmitificación de toda una serie de problemas que se hallaban cubiertos de la maraña urdida por los elementos interesados en perpetuar nuestra situación colonial. Alejado de la objetividad espúrea que es la marca de fábrica del “Establishment” sociológico norteamericano, el autor considera como su obligación pronunciarse en favor de una determinada fórmula política para Puerto Rico: la independencia. Su libro, documentado sólidamente, es una de las mejores defensas que se han hecho en pro de dicho ideal. Que haya sido un extranjero su autor es, no sólo un reflejo de nuestra realidad, sino testimonio elocuente de la bancarrota intelectual que padecemos.[19]

Aunque Maldonado Denis encontró que el libro de Lewis está “documentado sólidamente”, más adelante en su reseña discrepó de las “observaciones” de éste sobre Albizu y el Nacionalismo. Analizó el término “fascista” y afirmó que “la mera parafernalia [en alusión a las camisas negras de los Cadetes de la República] no convierte a un movimiento político en “fascista” o “comunista”. Afirmó que era “imperativo ir más allá de lo que se decía en la época sobre el movimiento nacionalista para no caer en errores básicos de perspectiva histórica” y agregó:

Asimismo es forzoso pedirle a un intelectual como el doctor Lewis mayor precisión en el uso de los términos. De otra parte, creo que el profesor Lewis no ha comprendido el carácter específicamente latinoamericano del nacionalismo de Albizu Campos, de ese mismo nacionalismo que representan en el campo intelectual Rodó, Darío o Vasconcelos, y en el campo de la acción aquel contemporáneo de Albizu Campos que se llamó Augusto César Sandino. Es éste un nacionalismo que mira con recelo hacia el Norte y ve al Sur como guardián de los valores espirituales. Su carácter conservador es consecuencia directa de su romanticismo y de su repudio del Roosevelt de la famosa Oda de Darío. Pero es el nacionalismo precursor de los movimientos de liberación nacional hoy emergentes en todo el Sur del Hemisferio. Sandino y Albizu Campos son precursores de Fidel Castro ―aun cuando hubiesen estado en conflicto con la ideología de éste.

Lebrón alude a la supuesta existencia de “viejas tensiones” entre “los escritores/intelectuales de la isla y los de la diáspora”, tensiones que en su opinión “incluyen la territorialidad, la desconfianza y el antagonismo, en lugar de la colaboración, que a menudo marcan el intercambio intelectual entre la isla y la diáspora […]”. Para Lebrón, las críticas al libro han sido caracterizadas por un “enorme nivel de escrutinio y hostilidad” de parte de “individuos” con interés desmesurado en “corregir [la] narrativa” del autor. Se trata meramente, según Lebrón, de intelectuales con “inversiones específicas” (léase “intereses creados”) en torno a cómo se narra la historia de Luis Muñoz Marín y de Pedro Albizu Campos, por lo que se empeñan en “desacreditar el libro y a su autor”. Mientras tanto, el documental en progreso que orgullosamente exhibe el título de Nuyorican Basquet [20] es un elocuente reconocimiento de la valiosa aportación de la diáspora boricua en Estados Unidos al desarrollo del baloncesto de hombres y un merecido homenaje a los talentosos baloncestistas denominados entonces “nuyoricans” sin carga negativa alguna, los que no sólo nos obsequiaron su peculiar estilo de juego, sino que en 1979 constituyeron nuestra selección nacional.

Además, Lebrón señala categóricamente que no hay fundamento alguno para “tomar en serio” las “correcciones” de los historiadores en la Isla pues, a su juicio, el propósito de esos historiadores es el de “cuestionar implícita y explícitamente el derecho de la diáspora a involucrarse en la política de la Isla”. Según la citada educadora universitaria, dos de esos historiadores se han autoproclamado “los protectores de la Verdad Histórica” al tiempo que proyectan al autor como un “astuto buscón [sly con-man, (sic)] de Nueva York” enfrascado en vender libros.[21] Su propósito, sostiene, es el de “mantener a la diáspora en su sitio, como quien dice ―o sea, fuera de la Isla, afuera”. En momento alguno dentro de su extensa apología y su catálogo de especulaciones insostenibles siquiera intenta Lebrón refutar punto por punto o siquiera selectivamente cada uno de los señalamientos de estricto contenido histórico que como estudioso de las luchas de Albizu le he hecho al libro en lo que a este personaje histórico concierne. Tampoco ha intentado refutar los señalamientos, también de orden histórico, que ha hecho públicamente la escritora Margarita Maldonado Colón, nieta de otro de esos personajes de nuestra Historia, conocido como Águila Blanca.[22] Incluso ha optado por ignorar por completo, como lo han hecho muchos líderes independentistas puertorriqueños ―sobre todo, prominentes abogados―, el vínculo profesional del autor del libro con la firma de abogados Donovan, Leisure, Newton & Lombard que fundó en la ciudad de Nueva York William (“Wild Bill”) Donovan, iniciador de la OSS (Office of Strategic Services) y considerado “el padre de la CIA”. En ese bufete prestó servicios también, entre 1947 y 1950, William Colby, director de la CIA entre 1973 y 1975.[23] En 1950 Colby dejó el bufete de Donovan para ingresar en la CIA. Aunque estos datos históricos podrían cuando menos darles una voz de alerta a historiadores y a otros conocedores de la represión del independentismo puertorriqueño, Lebrón más bien insiste en su posición de que las críticas al libro se deben al prejuicio de los escritores de la Isla contra los “de afuera”, los de “la diáspora”, más aún porque el autor en cuestión es “mitad cubano”.

Por si fuera poco, Lebrón incluso le atribuye malas intenciones al hecho de que dos de esos historiadores escribieran sus comentarios, además, en inglés. Sus juicios previos le impiden pensar que el propósito de escribir los comentarios, además de en español, en inglés, haya sido para beneficio de aquellas personas de esa diáspora, compatriotas nuestros, que no dominan el español. Mientras insiste en imprimir en sus lectores la idea de que la diáspora boricua y sus compatriotas residentes en la Isla son enemigos, con esta alusión a la condición de cubano-boricua del autor del criticado y elogiado libro, Lebrón añade, prefiero suponer que sin proponérselo, un elemento que podría sembrar discordia, además, en la diáspora cubana hacia los boricuas de la Isla. A propósito de la diáspora cubana, concentrada en la provincia de la Florida, es de esperarse que su fragmentación por causas ideológicas se profundice luego de los significativos cambios del gobierno estadounidense en su política hacia Cuba, los que el sector conservador rechaza de plano y de los cuales el partido demócrata espera ser uno de los directos beneficiarios. Toda vez que Lebrón opta por no ofrecernos los fundamentos de sus espectaculares afirmaciones, las mismas no pasarán de ser una mera ristra de especulaciones introducidas en su escrito a puros marronazos. Está por verse cómo habrán de figurar en el andamiaje los recién autodenominados “diasporicans”.

Cito a continuación a Lebrón sin traducirla al español de modo de conservar intactos el talante y el tono con los que opta por implicar que tanto los escritores de la Isla que hemos criticado el libro aludido como los periodistas que han estado documentando el período que el mismo cubre, padecemos de una especie de complejo de inferioridad. Afirma Lebrón:

Despite the flaws in Ferrao and Aponte Vázquez’s approaches towards Denis, it is important to note that scholars from the island are routinely marginalized by U.S.-based academics and journalists who often rely almost exclusively on U.S.-based Puerto Ricans as “experts.” Perhaps we can understand Ferrao and Aponte Vázquez’s reactions to the unquestioned acclaim of War Against All Puerto Ricans as a frustration over the fact that island-based scholars and journalists who have been documenting this period in Puerto Rican history have received scant attention outside of Puerto Rico. And indeed, island-based scholars hoping to break into the mainstream U.S. publishing market would most likely not be forgiven for making some of the errors that Denis makes in his book. In this sense, it is easy to understand some of the anger and frustration emanating from island-based intellectuals, which forces us to ask how we in the diaspora might contribute to the marginalization of island-based Puerto Ricans by not working to amplify their voices as knowledge producers. Nonetheless, it is unfortunate that Ferrao and Aponte Vázquez draw attention to Denis’ errors in a way that attacks Denis’ subjectivity in order to reassert their own expertise.

En fin, negar que hayan existido y hasta que todavía puedan existir prejuicios y conductas discriminatorias hacia los boricuas “de allá” de parte de insensibles boricuas de la Isla sería tan ilusorio como descabellada es la arbitraria insistencia de los apologetas del susodicho libro en que no importa cuán documentadamente un escritor residente en Puerto Rico critique a un escritor boricua establecido en las entrañas del monstruo, su crítica se debe meramente a que está en contra de la diáspora boricua ―así como a un complejo de inferioridad. Semejante posición, venga de la calle o de la Academia, sólo logra sembrar discordia donde no exista y cultivarla donde haya germinado.

Ante la honda crisis económica, política y social que corroe a la nación boriqueña y profundiza el desasosiego entre los más vulnerables de sus miembros doquiera que estén, la solidaridad entre los presentes y los ausentes es tanto más necesaria. La dispersión, la desconexión, el apartamiento que la discordia y los antagonismos nos causen en el actual momento histórico, beneficiarán solamente a la clase dominante estadounidense. #

[1] En adelante, el término “Estados Unidos” se refiere a Estados Unidos de Norteamérica.

[2] Jorge Duany, “Juan Flores y los ‘diasporicans’”, en “Punto Fijo”, http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/juanfloresylosdiasporicans-columna-9882/, 10 dic 2014. Accedido en 1ro dic 2015. Duany atribuye el neologismo a la poeta María Teresa Fernández.

[3] http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/florirricansencrecimiento-columna-2111621/, 14 oct 2015. Accedida en 1ro dic 2015.

[4] Véase: Pedro Aponte Vázquez, The Unsolved Case of Dr. Cornelius P. Rhoads: An indictment. San Juan: Publicaciones RENÉ, 2005.

[5] Véase: Pedro Aponte Vázquez, ¡Yo acuso! Y lo que pasó después. San Juan: Publicaciones RENÉ, 2008, edición ampliada.

[6] Véase: Pedro Aponte Vázquez, Locura por decreto: El papel de Luis Muñoz Marín y José Trías Monge en el diagnóstico de locura de don Pedro Albizu Campos. San Juan: Publicaciones RENÉ, 2005, 2da edición, ampliada.

[7] <http://www.latinorebels.com/2015/05/26/histeriografia-de-la-primera-venida-war-against-all-puerto-ricans/: (Extraído en 23 nov 15. Subrayado nuestro).

[8] Ibid.

[9] Véase: http://www.enciclopediapr.org/esp/article.cfm?ref=06082920. Accedido en 27 nov 2015.

[10] “Claridad bilingüe, Introducción”, Claridad, 14 julio 2009. http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=7B1581F6304856266FC99C288EB0DECD. Accedido en 28 nov 2015.

[11] https://www.youtube.com/watch?v=_eS8LzJoQR8

[12] Así lo demuestran los nexos con el congresista de ascendencia italiana Vito Marcantonio y con el partido comunista de Estados Unidos. Un informe confidencial dirigido a Hoover el 29 de di­ciembre de 1943 cita textualmente en toda su extensión un mensaje de solidaridad con Albizu, Juan Antonio Corretjer y el Pueblo de Puerto Rico, que apareció publicado en la edi­ción del 19 de junio de 1943 de Pueblos Hispanos, bajo las firmas de William Z. Foster y Earl Browder, Presidente y Secretario General, respectivamente, del Partido Comunista de Estados Unidos. Indicó el autor del informe que dicho artículo demos­traba la “estrecha conexión” entre ambos partidos. Pedro Aponte Vázquez, Albizu: Su persecución por el FBI. San Juan: Publicaciones RENÉ, 3ra ed., 2010, pág. 54.

[13] Comenzó a circular en marzo de 1972. Véase: Digna Sánchez, “Claridad bilingüe: la voz de la diáspora Boricua en lucha en ‘las entrañas’”, en Claridad, 14 julio 2009. http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=7B129A9D304856266F6327AE520F4B47. Accedido en 28 nov 2015.

[14] Maritza Arrastia, “Las amanecidas de Claridad bilingüe”, Claridad, 14 julio 2009. http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=7B0DA8BF304856266F544370929ABD55. Accedido en 28 nov 2015.

[15] <http://www.80grados.net/war-against-all-puerto-ricans/> (Accedido en 23 nov 2015. Subrayado nuestro).

[16] Véase: http://pedroapontevazquez.com/guerra-contra-quien/ y http://pedroapontevazquez.com/sobre-la-novela-guerra-contra-todos-los-puertorriquenos/

[17] Marisol Lebrón, “Diaspora, Insular Expertise, and the War Over War Against All Puerto Ricans”, <http://larespuestamedia.com/diaspora-war-ricans>. Accedido en 20 nov 2015.

[18] Maldonado Denis fue profesor de Ciencias Políticas y Director de la Revista de Ciencias Sociales, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Puerto Rico. En su libro, Lewis se autodenominó “impertinente” por escribir sobre la historia política de Puerto Rico.

[19] Gordon K. Lewis, Puerto Rico, Freedom and Power in the Caribbean (New York: Monthly Review Press, 1963), 626 págs. http://rcsdigital.homestead.com/files/Vol_VIII_Nm_2_1964/Maldonado.pdf, pág. 201. Obtenido en 26 nov 2015. Subrayado nuestro.

[20] Véase: <http://centropr.hunter.cuny.edu/centrovoices/current-affairs/nuyorican-basketball-Puerto-rico-game-changing-documentary>. Accedido en 1ro dic 2015.

[21] Me abstengo de refutar cada una de las afirmaciones de Lebrón contra mi persona. Dejaré que mi labor de investigación histórica lo haga por mí.

[22] Comentarios colgados en su página de Facebook, 19 julio 2015.

[23] http://www.nytimes.com/1996/05/07/us/william-e-colby-76-head-of-cia-in-a-time-of-upheaval.html?pagewanted=2. Accedido en 2 ene 2015.

Is there a subliminal message in WAAPR?

I wonder if a book titled “WAR AGAINST ALL PUERTO RICANS” that is aimed at the U. S. market amidst a xenophobic campaign, carries with it a sort of subliminal message.

Maybe that likely subliminal message explains the book’s extraordinary success in the metropolis. Its success here in Puerto Rico, despite its numerous fallacies, is due to the joy that such a title brings to those who see its large uppercase white letters against a red background from another perspective: that of a colonized people who, for that very reason, behave the way they do.

One may wonder, on the other hand, how a book titled WAR AGAINST ALL JEWS, with large, uppercase white letters against a red background, full with lies and illustrated with the inert bodies of Jews that have bled to death would be received.

And following that line of questioning, how would Black people in the U. S. react to a book with a cover designed the same way and also with defamatory lies, but titled “WAR AGAINST ALL AFROAMERICANS” and illustrated with the corpses of Black people laying around? Would they praise it before a monument erected in memory of Paul Robeson, Martin Luther King, or Malcolm X?

Cuña de un mismo palo

nelson_denis

¿Cuánto más le tomará al cineasta Nelson Denis dar el salto a Cuba?…

 

WAR AGAINST WHO?

© 2015 Pedro Aponte-Vázquez

(Translated from Spanish by its author).

It is surprising to realize that the book War Against all Puerto Ricans has been defended “with tooth and nails” by people who haven’t even read it and even by others who are well aware of the fallacies, exaggerations, and half-truths it contains and describes, as well as of the fact that its author defames the Nationalist leader Pedro Albizu-Campos. Perhaps there will be in the Academy students and professors who will study this event as a monumental phenomenon of marketing, public relations, and open and effective manipulation of the mass media.

Were it the plot of a novel based upon a handful of twisted historical facts, we could state that don Pedro Albizu-Campos is the protagonist and the U. S. Government is the antagonist with numerous secondary characters who nonetheless are also important. On the other hand, if it was the purpose of the author to write an authentic historiography about the invasion and military occupation of Puerto Rico and the armed resistance by the Nationalist Party, it is a forced conclusion that it does not meet the indispensable conditions of the rigorous account that he promised.

Nelson A. Denis, a New York politician who was a state assemblyman during four years and lost his seat in 2000, is marketing a history book for which he claims having spent forty years just gathering data. Denis, born in New York City on September 10, 1954 of a Cuban father and a Puerto Rican mother, says that, in addition to reading a a great number of historiographical sources, he examined the file that the FBI kept on Albizu and interviewed many Nationalists and veterans of the 65 Infantry Regiment, a U. S. Army unit known as the Borinqueneers (after Borinquen, Puerto Rico’s Indian name). He says that he became interested in writing this book after meeting in the city of Caguas, Puerto Rico, a relative who told him he had been Albizu’s “bodyguard”.

Those of us who have spent years researching Albizu and the Puerto Rico Nationalist Party-Liberating Movement through the examination of documents, often original ones, in addition to personal interviews, know that the persons who have claimed having been Albizu’s bodyguards, drivers, barbers, and even prison guards without showing any documentary evidence and without their claims having been corroborated by other means have not been scarce. That Denis accepted his relative’s claim without any corroboration, would not be relevant were it not for the fact that such is his way of not only interviewing, but also of reporting the outcome of his interviews.

Of course, oral history is a valuable resource in historical research when there are no documentary sources or the existing ones are not available. This author not only has used it, but also established on his own initiative an Oral History Center at the Polytechnic University of Puerto Rico, where I was a professor and Dean of Students. However, it is a must that those who resort to oral history research ascertain that the persons interviewed are highly credible sources whose vital experiences clearly show that they do deeply know the matter about which they report. In War Against all Puerto Ricans, the author used this resource, but he does not tell us who were the persons he interviewed, why he considers them to be credible, or where or when he conducted the interviews. Granted that it is reasonable to omit a source’s name if the person requires beforehand to remain anonymous as a condition to reveal information, but such was not the case with the many persons Denis claims to have interviewed.

There are other serious deficiencies. Too many bibliographical notes don’t respond to the text with which they are linked in the body of the book or in which the sources mentioned are not the correct ones. It is not prudent to enumerate them in this so limited space, so I will only mention some examples that are not necessarily the most eloquent, but rather the ones readily at hand.

In note # 20, page 333, the author provides as bibliographical source magazine Verdad, February 1953 edition, No. 8, Year I, but if you look that up, you won’t find the quoted article, for the right year is II. Something similar happens regarding note No. 5, page 333, Pedro Aponte Vázquez, Yo acuso y lo que pasó después. (Bayamón, P. R.: Movimiento Ecuménico Nacional de P.R., 1985, 41). Number 41 refers to page 41 of that book, but the edition of the book with that title was not published by the Movimiento Ecuménico Nacional de P.R., for which reason, if you look for page 41 you won’t find the pertinent data. That organization published only the book titled ¡Yo acuso!: Tortura y asesinato de don Pedro Albizu Campos. There have been several editions with the same title and several more with the subtitle Y lo que pasó después, but there is no text whatsoever on page 41 or, if there is any text, it does not correspond to note No. 5.

Moreover, the author provides the FBI file as reference for plenty of data and, although he does mention the section where they are supposed to be, he does not say who originates the document, its date, subject, and to whom it was addressed. Instead of providing those data in order to facilitate the search for the document, Denis provides the section number followed by a figure which readers will interpret as page number. For instance, in note 25 of page 334, the author refers the reader to “Section No. VIII, 66-67”; that is: pages 66 to 67 of that Section. The problem is that that file is not set up that way, as consecutive pages as in a book, but on the basis of individual documents. Indeed, some documents may have several pages (in which case it is advisable to say how many), but the reader needs to know what kind of document is involved, its date, who sends it and to whom and even about what subject in order to be able to find it. This deficiency causes the impression that the person who wrote the book does not know how the quoted file is organized and, still worse, it impedes the reader to verify where the data came from.

Besides those notes not being useful, the author makes surprising statements which trusting readers will accept at face value without knowing whether they are true or not, unless, having researched those specific events or historical figures or for some other reason, they know if the statements are true or not. Let’s see some examples without any pretense of being exhaustive:

  1. In relation to the book’s title itself, the author gives a false quote and refuses to admit it. In the course of his publicity campaign, he started by saying that the title was based on statements by chief of Puerto Rico Police Elisha Francis Riggs to the effect that there would be [war to death against all Puerto Ricans”, which Denis knows is not true. Riggs did say that there would be “war, ceaseless war, not against politicians, but war against criminals” (See: La Democracia, 26 oct 1935). The news item begins on page 1 and continues on page 8. At the end of the column on page 1, reference is made to statements by colonel Riggs, but they begin and end on page 8).
  2. In the Preface to his book, Denis mentions contradictory data about what supposedly happened to his father when he, Denis, was a child. Then, during his publicity campaign, he adopts one of the two, to wit: That “it was 3:00 in the morning of an October day in 1962 when FBI agents knocked at the door in building 600, 161st street where he lived with his family in Washington Heights. His father, an elevator operator who admired the Cuban Revolution, was arrested on alleged spying charges. Without an audience or trial, Antonio Denis Jordán was deported to La Habana”. (El Nuevo Día interview with Nelson Denis, 18 May 2015). This is not true, for Antonio Denis Jordán was neither arrested nor deported, but instead left the country for La Habana spontaneously (See: http://archive.org/…/annu…/annualreportofim1963unit_djvu.txt).
  3. On pages 129-130, besides putting Albizu to crawl on the floor and then accept being the subject of a vulgar joke and take part in it, the author did not care about the known fact that Albizu did not drink alcoholic beverages and says that, when he sat at the Salón Boricua barber shop for a haircut, he would “take a shot of rum”.
  4. Relatives of José (Águila Blanca) Maldonado, including his granddaughter, author Margarita Maldonado Colón, stress that they have no knowledge regarding Denis’s claim that Maldonado was the owner of Salón Boricua barber shop and that he had ceded it to Vidal Santiago. Furthermore, they ascertain that Maldonado did not die there, but at his home (Article by Maldonado Colón in this author’s files).
  5. Some of Denis’s data pertaining to Vidal Santiago do not agree with reality. According to information obtained from reliable sources by a researcher of Albizu and of other Nationalists, “Vidal’s father did not die in a sugar cane field, neither was he a Reader for the workers, nor did he ever go to Ybor City in Florida; Vidal did not graduate from high school; there was no hole or hiding place between the barber shop and his living quarters; Vidal didn’t drink and neither did don Pedro; Águila Blanca did not cede Vidal that property and did not die in Salón Boricua nor did he write a book about the barber shop (Edwin Rosario, quoted in Iris Zavala Martínez, “Observaciones acerca de War Against All Puerto Ricans de Nelson Denis”, sent by electronic mail, July 1, 2015).
  6. On page 164, Denis says that, on September, 1930, doctor Cornelius Rhoads injected Maldonado something that caused the throat cancer of which he in fact died. However, by that date, Rhoads was not in Puerto Rico, having arrived on June, 1931. (Pedro Aponte Vázquez, “Necator Americanus: O sobre la fisiología del caso Rhoads”. Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico, Vol. 43, Núm. 1, febrero, 1982, pp. 117-142). Apropos of doctor Rhoads, it stimulates curiosity to realize that Denis dedicates only the equivalent of a page to that case and describes Rhoads as “a new physician” at Presbyterian Hospital. He thus omits the fact that the notorious and influential Rockefeller Foundation, with headquarters in the City of New York, sent him with other physicians to San Juan to experiment with women, men, and children and participated in the cover up of the murders he confessed.
  7. In note # 24, chapter 21, “Atomic Lynching”, pages 333-334, the author says that Herminia Rijos, who visited Albizu in his place of residence on the corner of Del Sol and De La Cruz streets, had visited him in La Princesa jail and that she was a friend of Albizu’s family. None of this is true. I interviewed Rijos at her home and she told me that she had gone to see him at his place of residence because, having been married to a Nationalist, she was aware of his allegations [of torture] and felt “curiosity”. It does not follow, from the document Denis quotes and of which Reynolds had given me a copy, that Rijos had visited Albizu at La Princesa nor that she was a friend of his family (See: Testimonio de Herminia Rijos en NY, 1 Feb 54, about her visit to Albizu in 1953 regarding burns on his whole body, Colección Pedro Aponte Vázquez-Judith Ortiz Roldán, Archivo de la Fundación Luis Muñoz Marín (FLMM), Box 1, folder No. 101). Later, I gave TV reporter Sylvia Gómez this information when she visited me for an interview on July 4, 1985 at my home for a television documentary to which Denis refers on that note (audio tape of our conversation in Colección Puertorriqueña, Biblioteca Lázaro, UPR, Río Piedras and in FLMM).
  8. It is curious that, in addition, Denis omits very important data, as is the case pertaining to Braverman vs. United States (317 U. S. 49). Whoever knows the Puerto Rico Nationalist Party-Liberation Movement with reasonable depth and has carefully examined the FBI file on Albizu, can’t miss the significant legal and historical implications of the opinion of Chief Justice Harlan Stone of the U. S. Supreme Court in that historical case ―without having studied Law, contrary to Denis (See: http://pedroapontevazquez.com/opinion-de-un-constitucionalista-sobre-braverman-vs-united-states/). Those implications affected Albizu directly and, indirectly, the subsequent development of our political history, for Stone’s opinion was the reason Albizu was able to walk out of the Atlanta federal penitentiary without accepting any conditions, to stay in New York for as long as he wanted to, and to return to Puerto Rico when he deemed it convenient, all of this without federal Judge Robert Cooper revoking the four-year probation he had imposed upon him in addition to the six years in prison (See: Pedro Aponte Vázquez, Pedro Albizu Campos: Su persecución por el FBI. San Juan: Publicaciones RENÉ, 1991 y Albizu: Su persecución por el FBI. San Juan: Publicaciones RENÉ, 2,000. Augmented edition).

Denis went overboard when he affirmed that there was no armed resistance in Puerto Rico to the invasion by the U. S. Army in July, 1898. Finally, for the benefit of all the interested parties, the author ought to closely revise his book and make all the corrections that have been pointed out to him, both publicly and in private, before it is translated into Spanish and before the English version is published as paperback.#

 

Pobre de Albizu

El Partido Independentista Puertorriqueño, con la colaboración ―según se ha anunciado― del Comité Pro Conmemoración del Natalicio don Pedro Albizu Campos, se propone presentar el controvertido libro War Against all Puerto Ricans nada menos que en Tenerías, ante la estatua del prócer Pedro Albizu Campos, y sostener allí un conversatorio con su ya desprestigiado autor: un ambicioso político de Nueva York.

Celebrar semejante acto constituiría un ultraje de la memoria de Albizu por tratarse de la presentación de un libro henchido de fantasías que disimuladamente lo presenta a sus lectores como un vulgar charlatán que se arrastraba por el piso, que no se recortaba a menos que se tomara antes un palo de ron y que salía de la barbería conduciendo un Chrysler dizque de su propiedad.

Exhorto a las compañeras y compañeros del Comité Pro Conmemoración del Natalicio de don Pedro Albizu Campos a evitar esa vil profanación de la memoria de don Pedro por parte del Partido Independentista Puertorriqueño y de ese modo evitar causar aún más divisiones dentro del fragmentado campo independentista.

BRAVERMAN v. UNITED STATES

The opinion of the U. S. Supreme Court in Braverman v. United States (317 U. S. 49) had legal and historical significance as well as direct impact on the life of revolutionary leader Pedro Albizu-Campos and his life-long struggle for independence.

It is repeatedly mentioned in official correspondence by J. Edgar Hoover and many of his agents in Albizu’s FBI file, which Nelson Denis, author of a notorious book about Puerto Rico’s recent political history, insists is one of his main sources.

However, even though he is a graduate of Yale Law School and is known as a New York politician, Denis apparently failed to realize its important legal, political, and historical implications, for he does not mention it at all in his book or during his media tours.

See my discussion of this case and its significant implications in Albizu: Su persecución por el FBI.

……

This book is available at Librería Norberto González and from <http://www.lulu.com/shop/pedro-aponte-v%C3%A1zquez/albizu-su-persecuci%C3%B3n-por-el-fbi/ebook/product-17536539.html>.

Here is Braverman vs. U.S

Vea aquí, además: Opinión de un constitucionalista sobre Braverman vs. United States.

Me pregunto, 1

¿Qué propósito habrá animado al autor de War Against all Puerto Ricans a decir en ese libro que don Pedro Albizu Campos bebía ron?

Braverman vs. United States

Me parece muy extraño el hecho de que, a pesar de su condición de abogado, Nelson Denis ni siquiera mencione en War Against All Puerto Ricans el caso de Braverman vs. United States (317 U. S. 49).

Nadie que conozca al Partido Nacionalista de Puerto Rico-Movimiento Libertador con razonable profundidad y haya examinado detenidamente el expediente del FBI sobre Albizu puede evitar percatarse de las significativas implicaciones legales e históricas de la opinión del juez presidente de la corte suprema de Estados Unidos Harlan Stone en ese histórico caso ―aun sin haber estudiado Derecho. Las mismas afectaron directamente a Albizu e indirectamente el subsiguiente desarrollo de nuestra historia política, pues la opinión de Stone fue la causa de que Albizu pudiera salir de la cárcel de Atlanta sin aceptar condiciones, permanecer en Nueva York a su antojo y regresar cuando lo estimó prudente, todo ello sin que el Juez Robert Cooper le revocara la libertad condicional de cuatro años que le impuso además de los seis de prisión.

Por si fuera poco, el hecho de que el presidente Franklin Roosevelt evitara la publicación de la opinión, cosa que rutinariamente hacen periódicos como The New York Times además de la propia Corte, propició el que acá en la colonia encarcelaran a Albizu por doce distintas conspiraciones bajo la infame ley de “La Mordaza” cuando, en armonía con esa opinión, sólo se le podía condenar por una. El hecho de ocultar dicha opinión causó que Albizu permaneciera en Estados Unidos y se instalara en Nueva York en lugar de regresar a Puerto Rico cuando se suponía que lo hiciera, en junio de 1943. Para entonces no había comenzado el fortalecimiento del Partido Popular ni había surgido el Partido Independentista Puertorriqueño.

El Mago de las Falacias

Nelson Denis, el Mago de las Falacias, difama abiertamente a Albizu, pero a muchos no les importa porque, después de todo, dice algunas cosas que les gustan –aunque no sepan si son ciertas o no o si sólo lo son a medias.

War Against all Puerto Ricans

War Against all Puerto Ricans, by Nelson A. Denis, had the potential of becoming the book that would have told in a single unit the dispersed true accounts of the history of Puerto Rico’s plight under U. S. rule since its invasion in 1898. Unfortunately, it is not so because, although very well written, its author allowed himself to unleash his fertile imagination to concoct fictional events.

To those who know nothing or very little about that sector of the Puerto Rican people who struggles to be free of foreign intervention and control, the book is an extraordinary piece of history. One of the reasons for this impression is the abundance of bibliographical sources, which include reference to specific sections of the FBI file on two of the most prominent characters of what otherwise seems to be a historical novel, as well as books by Puerto Rican authors who have adequately researched that long and at times bloody struggle. The problem is that, in too many cases, those bibliographical sources either are incomplete or fail to coincide with the texts to which they are attached.

On the other hand, to those who do know the intricacies of that history, the author’s assertion that the book’s title derives from a direct quotation of words uttered by a North American chief of the Puerto Rico Police in 1936 is a false claim that signals the huge amount of wrong data and even apparently intentional misrepresentations of events. Although Puerto Rican historians specialized in Puerto Rico’s struggle for independence, as well as some persons with direct knowledge of the facts have publicly pointed out ―some directly to him― many of those equivocal or downright wrong details, a second edition and a translation into Spanish are already under way without any announced corrections.