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“EL INSÓLITO CASO DE CORNELIUS P. RHOADS”
COMENTARIOS SOBRE LA PONENCIA
"EL INSÓLITO CASO DE CORNELIUS P. RHOADS"
Pedro Aponte Vázquez
En la denominada conferencia magistral sobre los asesinatos que el médico norteamericano Cornelius Packard Rhoads confesó haber cometido en Puerto Rico en el año de 1931, este trágico y, para algunos, inconveniente asunto, hace su entrada una vez más en el ámbito de la intelectualidad del país. El mismo formó parte de una serie de conferencias que auspició el Instituto de Historia de las Ciencias de la Salud (IHICIS) del Recinto de Ciencias Médicas de la Universidad de Puerto Rico y su presentación tuvo lugar en el Ateneo Puertorriqueño el 23 de marzo de 2010 (Tercera Cumbre de Historia de Ciencias de la Salud). Este autor expuso la seriedad del asunto por primera vez en la Revista del Colegio de Abogados de Puerto Rico en febrero de 1982 bajo el título de "Necator Americanus" (Vol. 43, No. 1, págs. 117-142).
Uno de los propósitos del IHICIS fue el de conmemorar el cuadragésimo aniversario de la fundación de la Escuela de Salud Pública y no pudo ser más acertada la elección del caso del notorio médico, pues en su confesión de múltiples asesinatos había afirmado que en aquel momento histórico Puerto Rico no necesitaba labor alguna de salud pública. Lo que sí necesitaba, afirmó en su carta a su amigo "Ferdie", era un oleaje gigantesco o algo que exterminara la población —en términos de hoy día: un descomunal tsunami.
La doctora Annette Ramírez de Arellano, autora de la ponencia, tiene excelentes credenciales para realizar una erudita investigación histórica dentro del campo de salud pública y, sin duda, también dentro de otros campos pertinentes a la historia en general y a las ciencias de la salud en particular según su propio historial académico en la red. Sin embargo, en lo que al caso Rhoads se refiere, su ponencia no refleja su talento, pues es esencialmente una somera adaptación del libro The Unsolved Case of Dr. Cornelius P. Rhoads, por lo que nada nuevo aporta a la historiografía excepto unos pocos datos de trasfondo de naturaleza acumulativa. La historia misma es testigo de que los hechos fundamentales de las fuentes imprescindibles a las que alude ya habían sido expuestos, analizados, discutidos o interpretados en trabajos que sobre el caso ha publicado este autor en diferentes medios a lo largo de las últimas tres décadas. Además, su revisión de la literatura pertinente parece haber sido superficial, ya que no expone las implicaciones históricas de su contenido. (Dicho sea de paso, su afirmación de que The Unsolved Case of Dr. Cornelius P. Rhoads fue escrito en 1982 es incorrecta y no es correcto el subtítulo de la obra de teatro que menciona).
Más aún, la autora omitió otros hechos muy pertinentes a cualquier exposición fiel, por breve que procure ser, del contenido, el manejo y las implicaciones históricas del caso de los asesinatos que aquel médico confesó. No nos dijo, por ejemplo, que después de su servicio militar, el asesino confeso fue asesor médico de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos hasta su muerte en 1959; que durante años condujo experimentos con radiación atómica en humanos sin el debido consentimiento para beneficio de las fuerzas armadas de ese país; ni que presidió un comité que se ocupaba de la distribución de isótopos radiactivos.
Es de alta relevancia el que Ramírez de Arellano optara por omitir estos datos ante la alta probabilidad —fruto de la investigación histórica— de que Rhoads haya sido el autor intelectual de las torturas con radiación que alegó desde la cárcel La Princesa el prócer Pedro Albizu Campos, histórico asunto que también omite.
Además, aunque la ponente alude al hecho conocido de que Rhoads manifestó que el doctor Eduardo Garrido Morales estaba en deuda con él porque le había curado a su mamá de una larga enfermedad, no mencionó que ese dato, a primera vista baladí, cobra suma importancia cuando consideramos que fue el propio Garrido Morales y no el fiscal José Ramón Quiñones quien condujo los interrogatorios durante la mal llamada investigación criminal del caso. En lugar de ello, dice que la investigación estuvo a cargo de "peritos médicos", lo que constituye, cuando menos, una crasa exageración. Médicos eran, sí, pero no "peritos".
La Fundación Rockefeller, la entidad que financió el experimento con humanos que la denominada Comisión de Anemia del Instituto Rockefeller para Investigaciones Médicas —hoy Universidad Rockefeller— vino a repetir en Puerto Rico so pretexto de curar a niños y adultos enfermos de anemia en estado grave, quedó muy bien parada en la referida ponencia, ya que, aunque Ramírez de Arellano forzosamente la incluye como una de las entidades empeñadas en salir indemnes del escándalo de magnitud internacional, omite el hecho ampliamente divulgado de que sus esfuerzos por encubrir la verdad se remontan hasta 1981, cuando los más altos jerarcas de la Fundación —incluido el sacerdote católico Theodore Hesburgh— actuaron concertadamente para no responder a mis preguntas.
Pasó por alto la conferenciante, además, el hecho de que todavía en el presente siglo hay quienes insisten, como su colega Susan Lederer, de la Escuela de Medicina de la Universidad de Yale, en proyectar la confesión de múltiples asesinatos de Rhoads como inicialmente lo hizo Ivy Lee, el agente de relaciones públicas de los Rockefeller: como una mera broma del jocoso y generoso doctor Rhoads. Por algo los sindicalistas lo llamaban "Poison" Ivy (en alusión a la planta urticante).
La ponente, quien ha estado vinculada como investigadora histórica precisamente con el Centro de Archivos de la Fundación Rockefeller y con la Universidad Rockefelller desde 1983 hasta el presente, soslayó la complicidad de la Fundación y de Garrido Morales y en su lugar optó por difamar a Albizu nada menos que en el Ateneo y a solo unos pasos de donde sus restos fueron velados hace 45 años (luego de estar expuestos en la funeraria Jensen) concluido su viacrucis.
Sobre el heroico papel que desempeñó Albizu ante las escandalosas admisiones del médico genocida, la historiadora dijo que: "Albizu, quien había asumido la presidencia del Partido Nacionalista en 1930, no escatimó esfuerzos en sacarle provecho al asunto. Lo que a todas luces parecía ser la confesión de intenciones y actos genocidas por parte de Rhoads representaba una oportunidad publicitaria única para el Partido y su líder". Con esa afirmación sin fundamento y ya por décadas desacreditada, Ramírez de Arellano no dejó lugar a dudas sobre su intención de restarle seriedad al caso mismo que se proponía reseñar al tiempo que le dio el beneficio de la duda a Rhoads con la frase "parecía ser".
¿Cuál habría sido el juicio de Ramírez de Arellano si Albizu se hubiese abstenido de intervenir en el asunto por suponer que al cabo de ocho décadas todavía habrían de surgir voces que lo describirían gratuitamente como un ser oportunista? #